El Ocaso de una
República
Si vinieran las Leyes y la República y, colocándose delante
de nosotros, cada vez que intentamos deshonrarlas y nos dijeran: ¿Qué tienes
intención de hacer? ¿No es cierto que, por medio de esta acción que intentas,
tienes el propósito, en lo que de ti depende, de destruirnos a nosotras? ¿Te parece a ti que puede aún existir sin
arruinarse la Nación en la que los juicios que se producen no tienen efecto
alguno, sino que son invalidados por particulares y quedan anulados?
¿Es esto, lo que hemos convenido tú y nosotras, o bien que
hay que permanecer fiel a las sentencias que dicte la República?
Si nos extrañáramos de sus palabras, quizá dijeran: ¿qué
acusación tienes contra nosotras y contra la Patria para intentar destruimos?
En primer lugar, ¿no te hemos dado nosotras la vida y, por medio de nosotras,
desposó tu padre a tu madre y te engendró?
Después que hubiste nacido y hubiste sido criado y educado,
¿podrías decir, en principio, que no eras resultado de nosotras y nuestro
esclavo, tú y tus ascendientes? Si esto es así, ¿acaso crees que los derechos
son los mismos para ti y para nosotras, y es justo para ti responder
haciéndonos, a tu vez, lo que nosotras intentemos hacerte? Ciertamente no
serían iguales tus derechos respecto a tu padre y respecto a tu dueño, si lo
tuvieras, como para que respondieras haciéndoles lo que ellos te hicieran,
insultando a tu vez al ser insultado, o golpeando al ser golpeado, y así
sucesivamente. ¿Te sería posible, en cambio, hacerlo con la patria y las leyes,
de modo que si nos proponemos matarte, porque lo consideramos justo, por tu
parte intentes, en la medida de tus fuerzas, destruimos a nosotras, las leyes,
y a la patria, y afirmes que al hacerlo obras justamente, tú, el que en verdad
se preocupa de la virtud? ¿Acaso eres tan sabio que te pasa inadvertido que la
patria merece más honor que la madre, que el padre y que todos los antepasados,
que es más venerable y más santa y que es digna de la mayor estimación entre
los hombres de juicio? ¿Te pasa inadvertido que hay que respetarla y ceder ante
la patria y halagarla, si está irritada, más aún que al padre; que hay que
convencerla u obedecerla haciendo lo que ella disponga; que hay que padecer sin
oponerse a ello, si ordena padecer algo; que si ordena recibir golpes, sufrir
prisión, o llevarte a la guerra para ser herido o para morir, hay que hacer esto
porque es lo justo, y no hay que ser débil ni retroceder ni abandonar el
puesto, sino que en la guerra, en el tribunal y en todas partes hay que hacer
lo que la República ordene, o persuadirla de lo que es justo; y que es impío
hacer violencia a la madre y al padre, pero lo es mucho más aún a la patria?
Examina, además, si es verdad lo que nosotras decimos, que no
es justo que trates de hacernos lo que ahora intentas. En efecto, nosotras te
hemos engendrado, criado, educado y te hemos hecho participe, como a todos los
demás ciudadanos, de todos los bienes de que éramos capaces; a pesar de esto
proclamamos la libertad, para el ciudadano que lo quiera, una vez que haya
hecho la prueba legal para adquirir los derechos y, haya conocido los asuntos públicos y a
nosotras, las leyes, de que, si no le parecemos bien, tome lo suyo y se vaya
adonde quiera. Ninguna de nosotras, las leyes, lo impide, ni prohíbe que, si
alguno de vosotros quiere trasladarse a una colonia, si no le agradamos
nosotras y la ciudad, o si quiere ir a otra parte y vivir en el extranjero, que
se marche adonde quiera llevándose lo suyo.
El que se quede aquí viendo de qué modo celebramos los juicios
y administramos la Cosa Publica en los demás aspectos, afirmamos que éste, de
hecho, ya está de acuerdo con nosotras en que va a hacer lo que nosotras
ordenamos, y decimos que el que no obedezca es tres veces culpable, porque le
hemos dado la vida, y no nos obedece, porque lo hemos criado y se ha
comprometido a obedecemos, y no nos obedece ni procura persuadirnos si no
hacemos bien alguna cosa. Nosotras proponemos hacer lo que ordenamos y no lo
imponemos violentamente, sino que permitimos una opción entre dos, persuadirnos
u obedecernos; y el que no obedece no cumple ninguna de las dos.
Tenemos grandes pruebas, de que nosotras y la Nación te
parecemos bien. En efecto, de ningún modo hubieras permanecido en la ciudad más
destacadamente que todos los otros ciudadanos, si ésta no te hubiera agradado
especialmente, sin que hayas salido nunca de ella para una fiesta, ni a ningún
otro territorio a no ser como soldado; tampoco hiciste nunca, como hacen los
demás, ningún viaje al extranjero, ni tuviste deseo de conocer otra ciudad y
otras leyes, sino que nosotras y la ciudad éramos satisfactorias para ti. Tan
plenamente nos elegiste y acordaste vivir como ciudadano según nuestras normas,
que incluso tuviste hijos en esta Nación, sin duda porque te encontrabas bien
en ella. Aún más, te hubiera sido posible, durante el proceso mismo, proponer
para ti el destierro, si lo hubieras querido, y hacer entonces, con el
consentimiento de la ciudad, lo que ahora intentas hacer contra su voluntad.
Entonces tú te jactabas de que no te irritarías, si tenías que morir, y
elegías, según decías, la muerte antes que el destierro. En cambio, ahora, ni
respetas aquellas palabras ni te cuidas de nosotras, las leyes, intentando
destruirnos; obras como obraría el más vil delincuente intentando escaparte en
contra de los pactos y acuerdos con arreglo a los cuales conviniste con nosotras
que vivirías como ciudadano. En primer lugar, respóndenos si decimos verdad al
insistir en que tú has convenido vivir como ciudadano según nuestras normas con
actos y no con palabras, o bien si no es verdad.
No es cierto -dirían ellas- que violas los pactos y los
acuerdos con nosotras, sin que los hayas convenido bajo coacción o engaño y sin
estar obligado a tomar una decisión en poco tiempo, sino durante tantos años,
en los que te fue posible ir a otra parte, si no te agradábamos o te parecía
que los acuerdos no eran justos.
Si tú violas estos acuerdos y faltas en algo, examina qué
beneficio te harás a ti mismo y a tus amigos. Que también tus amigos corren
peligro de ser desterrados, de ser privados de los derechos ciudadanos o de
perder sus bienes es casi evidente. Tú mismo, en primer lugar, si vas a una de
las Naciones próximas, llegarás como enemigo de su sistema político y todos los
que se preocupan de sus Patrias te mirarán con suspicacia considerándote
destructor de las leyes; confirmarás para tus jueces la opinión de que se ha
sentenciado rectamente el proceso.
“En efecto, el que es destructor de las leyes, parecería
fácilmente que es también corruptor de jóvenes y de gentes de poco espíritu.”
¿Acaso vas a evitar las ciudades con buenas leyes y los
hombres más honrados? ¿Y si haces eso, te valdrá la pena vivir? O bien si te
diriges a ellos y tienes la desvergüenza de conversar, ¿con qué pensamientos lo
harás? ¿Acaso con los mismos que aquí, a saber, que lo más importante para los
hombres es la virtud y la justicia, y también la legalidad y las leyes?
Pero tal vez vas a apartarte de estos lugares; te irás a una
Nación Viciosa, en efecto, allí hay la mayor indisciplina y libertinaje, -y
quizá les guste oírte de qué manera tan graciosa te escapaste de esta, tu
República, poniéndote un disfraz o echándote encima una piel o usando cualquier
otro medio habitual para los fugitivos, desfigurando tu propio aspecto, tendrás
que oír muchas cosas indignas.
¿Sin duda quieres vivir por tus hijos, para criarlos y
educarlos? ¿Pero, cómo? ¿Llevándolos contigo a una Nación Licenciosa los vas a
criar y educar haciéndolos extranjeros para que reciban también de ti ese
beneficio? ¿O bien no es esto, sino que educándose aquí se criarán y educarán
mejor, si tú estás vivo, aunque tú no estés a su lado?
Más bien, danos crédito a nosotras, que te hemos formado, y
no tengas en más ni a tus hijos ni a tu vida ni a ninguna otra cosa que a lo
justo. Pues bien, si te vas ahora, te vas condenado injustamente no por
nosotras, las leyes, sino por los hombres. Pero si te marchas tan torpemente,
devolviendo injusticia por injusticia y daño por daño, violando los acuerdos y
los pactos preexistentes con nosotras y haciendo daño a los que menos conviene,
a ti mismo, a tus amigos, a la Patria y a nosotras, nos irritaremos contigo
mientras vivas, sabiendo que, en la medida de tus fuerzas has intentado
destruirnos.
¡Así comienza a morir una República!
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